Viernes, 12 de Septiembre 2025, 10:57h
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Desde tiempos antiguos, se atribuye la condición de héroe a quien demuestra ser capaz de realizar acciones extraordinarias, que requieren un esfuerzo o un coraje fuera de lo común. Los héroes son, en principio, seres singulares que se exponen más allá de lo que de cualquiera cabe esperar. Y sin embargo, y aunque parezca una paradoja, necesitamos que los haya, porque a veces sólo ellos nos dan la esperanza que las adversidades, la rutina, la desidia o la mezquindad contribuyen a erosionar o a arrebatarnos. Heroicidad es jugársela para salvar la vida a otro, pero también ser capaz de inundar de belleza la vida de los demás. De algún que otro héroe de nuestra cotidianidad hablan estas cartas. Qué sería de nosotros si nadie asumiera pagar el peaje que esa singularidad lleva consigo.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
Héroes anónimos
El pasado domingo, en las pistas de tenis, me reencontré con una compañera de juego a la que llevaba dos meses sin ver y a la que llamaremos Marta. «¿Qué tal el verano?», le pregunté. «Muy ajetreado. He pasado todo agosto apagando fuegos». Marta es piloto de helicópteros y ha recorrido el mapa de incendios que asolaron la Península. Con su helibalde colgando, debía recoger cientos de litros de agua en pantanos, piscinas y ríos y situarse sobre las llamas para soltar la carga, a la vez que estabilizaba el aparato, adentrándose, a veces, en una humareda que la cegaba y de la que, gracias a su experiencia y a la suerte, lograba salir tras unos interminables segundos de peligro extremo. Marta tiene la apariencia de una mujer normal, la de esa madre con la que te encuentras en el súper o en la consulta médica. Sin embargo, es una heroína anónima, que no ha dudado en arriesgar su vida para salvar la de muchos desde la solitaria cabina de su helicóptero. Algunos nos quejamos del calor, los atascos, del mal servicio en los restaurantes o de la arena de la playa; otros han luchado por tierra y aire para que las llamas no lleguen a nuestras puertas. Gracias es lo menos que podemos decirles.
Carlos Leopoldo García Álvarez. Tomares (Sevilla)
Mi baraja Fournier
Hace unos días, paseando, un amigo me preguntó cuándo había sido por última vez totalmente feliz. Confesé que hacía tiempo que las obligaciones me impedían no tener nada en lo que pensar. Que los veranos en los que dedicábamos las tardes a jugar a las cartas sin más preocupación terminaron. El trabajo, los compromisos o el hecho de estar continuamente conectados a un móvil imposibilitan ahora, entre otras razones, que esos momentos puedan repetirse. Aceleré el paso y cambié de conversación, pero preguntándome en mi interior dónde estaría aquella baraja de cartas que tantos buenos ratos me había regalado.
Álvaro Martín de la Fuente. Valencia
A Manuel de la Calva
«Quisiera ser un pobre ruiseñor para poder cantar cerca de ti [...]. Quisiera ser aurora boreal y darte así un mundo de color, y conseguirte las estrellas y la luna, y ponerlas a tus pies, oh, mi amor». Así de bien cantaban el recién fallecido Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, del Dúo Dinámico, en Quisiera ser, una de sus más bellas canciones. Gracias, amigos, por esas canciones que me ayudaron a querer la música y la lengua castellana, aun siendo el catalán la mía. Que sepan quienes defienden el castellano por encima de las otras lenguas españolas que así, a través del poder de sugestión de la música, uno puede llegar a hacer suya otra lengua de todo corazón, sin imposición alguna. Con vuestra música celestial habéis puesto la luna y las estrellas a vuestros pies. ¡Millones de gracias, queridísimos amigos!
Josep Vilà Balle. Olesa de Montserrat (Barcelona)
Otro lugar para el enfrentamiento
Ayer fue el cielo: la aviación marcó el ritmo de nuestras guerras y nuestras defensas. Hoy es el espacio: las grandes potencias aceleran su control de la estratosfera y la órbita terrestre, conscientes de que los satélites son ahora el sistema nervioso de la humanidad. No se trata solo de lanzaderas y estaciones espaciales, sino de quién controla lo que vemos, navegamos y comunicamos. Más de12.000 satélites orbitan nuestro planeta, esenciales para comunicaciones, GPS, operaciones militares, cadenas de suministro e inteligencia. Inutilizarlos con un ciberataque o un arma ASAT —antisatélite, diseñada para neutralizar satélites— podría derribar infraestructuras vitales sin disparar un solo proyectil. Estados como EE.UU., Rusia o China ya preparan drones orbitantes, armas antisatélite cinéticas o nucleares, y estaciones espaciales armadas. El dominio del espacio se ha convertido en sinónimo de poder y disuasión. Los satélites ya no son solo tecnología: son aliados estratégicos, nerviosos y vulnerables. Dan inteligencia, mando, navegación y defensa. Pero su uso militar descontrolado puede desestabilizar el futuro de la exploración pacífica, inundar el cielo de escombros espaciales o abrir una nueva era de confrontaciones sin fronteras claras. Mientras antes se extendía el conflicto por tierra, mar y aire, hoy el campo de batalla se eleva hacia los cielos y más allá. ¿Qué escenario quedará intacto entonces? ¿Queda algún otro lugar para el enfrentamiento?
Pedro Marín Usón. Zaragoza
Política radical
Radical, según la RAE: «Perteneciente o relativo a la raíz»; en su segundo significado: «Fundamental o esencial». No es hasta la cuarta y quinta acepción cuando el término comienza a tornarse oscuro, una oscuridad por la que, como ciudadano, siento que atravieso, política y socialmente. Quiero remontarme a los orígenes, a la raíz, a lo fundamental y esencial. En la primera democracia de la historia, la de Atenas, un hombre dio su vida por unas ideas, ideas que han cimentado Occidente durante siglos. Ese maestro era Sócrates, quien nos mostró, con su vida y su muerte, cómo su compromiso con la verdad, la ética y la auténtica libertad son fundamentales para la vida en común. Dejó a los sofistas como lo que eran: oportunistas sin escrúpulos ni formación, que solo ansiaban el poder para saciar sus maltrechas autoestimas. Ese maestro impresionó a un aventajado discípulo, Platón, el de las anchas espaldas, quien amplió su obra, sentando las bases del buen gobierno. Solo podrían formar parte de él quienes estuvieran educados en la verdad, quienes conocieran el bien y pudieran tomar decisiones justas. Esto nos lleva a un punto clave: la educación es la base del buen gobierno, pues sin ciudadanos formados no pueden elegirse buenos líderes. La democracia se corrompe y los jóvenes oportunistas campan a sus anchas, armados con su ego e insensatez, hiriendo de muerte al que no haría el mal por mera practicidad, al que demostró en su vida ser bueno en su materia y quiere dar un último coletazo de virtud para despedirse con buen sabor de boca en esta fiesta que es la vida.
Pedro Murillo Pinilla. Montijo (Badajoz)
La casa de mi infancia
Cada verano regreso a la casa de mi infancia. Los muros, anchos y callados, aún guardan la frescura necesaria para burlar el calor. Los cuadros me observan desde siempre; las puertas, al abrirse, gimen con ese lamento antiguo que suena a desatención; y el suelo, fiel a su memoria, conserva dibujos gastados y la misma baldosa suelta que nunca nadie quiso arreglar. En cada rincón late la memoria de un mundo sencillo. Las casas quedaban abiertas, las escaleras eran ríos de voces y las ventanas se rendían al aire, abiertas de par en par. Las tardes parecían breves, no porque lo fueran, sino porque el juego nunca alcanzaba. El reloj de la iglesia dictaba el destino de las horas: el momento de comer, de merendar, de cenar. El río, que entonces era un torrente alegre y generoso, se ha ido encogiendo hasta ser apenas la mitad de lo que fue; ya no invita como antes a hundirse en sus aguas heladas. También la calle ha perdido el estrépito de los niños: decenas de ellos, de todas las edades, corriendo tras un rulandero, persiguiendo un balón o improvisando encierros con dos cuernos de vaca atados a un palo, como un ensayo inocente de las fiestas del verano. Todo aquello —olores, voces, sabores, juegos— se condensa en un instante pequeño y prodigioso: cuando el tenedor golpea el plato inmutable y eterno de Duralex.
Francisco López-Navarro. Murcia
Tener tiempo
Habiendo accedido hace casi un año a la condición de prejubilado, debo decirles que en los primeros días septiembre, he cumplido 60 años. Pasé los últimos años de mi vida profesional haciendo planes para este nuevo periodo de mi vida: Viajes al Este de Europa. una nueva carrera universitaria, idiomas, másters, etc.. pero debo decirles que, tras prejubilarme de forma efectiva, me he dado cuenta de que lo que realmente me hace feliz es tener tiempo para hablar todas las mañanas con mi madre por teléfono (tiene más de 80 años y utiliza TikTok,); tras hacer la compra diaria, tener tiempo para tomarme un café con mi mujer, hablar con ella de forma tranquila, sin prisas, programando la reforma de nuestra cocina o conversar sobre la necesidad de cambiar la ventana de la habitación de nuestra hija; tener tiempo para hablar con mi hija sobre el futuro; tener tiempo para ir con mi hijo a sus entrenamientos; llevarlo y traerlo en coche a los partidos, siempre con algún que otro compañero de equipo; tener tiempo para tomar un café todos los miércoles con mi amigo Antonio, así como para hablar con mi amigo Joselito, o bien tener tiempo todos los sábados para hablar con mi cuñado José Carlos en su cocina sobre nuestro Atlético de Madrid. Ya ven, resulta que la felicidad estaba muy cerca y no lo sabía.
Rafael Almagro Iglesias. Correo electrónico
LA CARTA DE LA SEMANA
Volver
Las calles vuelven al ritmo habitual, más sosegado que en el estío; y ayer, por primera vez en meses, dormí con la ventana abierta, en silencio. También vuelven los rictus serios emparentados con la amargura, paliada con 'cortados', recordando anécdotas veraniegas con colegas de oficina. Y vuelven a la televisión los políticos... Sánchez con su voz de no haber roto un plato, y Feijóo en todas las demás, como hiena salivando ante lo inminente. Cada uno a su papel, por enésima temporada. Más allá de lo nuestro, el abusón de ultramar vuelve a lo suyo. Y los que tienen que tragar tragan. Las bombas vuelven a caer donde el arrojo de los dirigentes flaquea; y la tragedia ya no escandaliza, hace cambiar de canal o, para los más militantes, colgar una banderita en el balcón. De nuevo, también, yo vuelvo a escribir y usted a leerme, sorbiendo café. Ambos sabemos que podríamos hacer más para enmendar este esperpento. Ambos volvemos a escoger el confort. Total, en nada estaremos también criando malvas.
Suso Liste. Santiago de Compostela
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