
La frontera entre Rusia, Lituania, Polonia y Bielorrusia
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
La frontera entre Rusia, Lituania, Polonia y Bielorrusia
Viernes, 26 de Septiembre 2025
Tiempo de lectura: 8 min
Bosques frondosos, aguas termales, ríos que serpentean entre colinas formando lagos, reservas de la biosfera… Describir la región que une Polonia, Lituania, Bielorrusia y Kaliningrado –territorio ruso en el corazón de Europa– podría ser material de lujo para cualquier operador turístico. Pero basta con cambiar el verbo: si en vez de 'unir' decimos que la zona 'separa' a esos países, la imagen idílica se transforma en miles de soldados desplegados, maniobras con tanques, cazas, radares, drones de última generación e incluso armas nucleares. Porque esta frontera encarna como pocas la 'cicatriz de la historia', y hoy esa herida supura… aunque a simple vista no lo parezca.
Esa región, conocida como 'corredor de Suwalki', se extiende unos 100 kilómetros a lo largo de la frontera entre Polonia y Lituania y tiene unos 50 de ancho, aunque no cuenta con una delimitación oficial. Por esa franja han pasado muchos ejércitos invasores a lo largo de la historia –prusianos, polacos, rusos, alemanes, soviéticos– y ahora vuelve a estar en el ojo del huracán: si Putin decidiera dar un paso más en su enfrentamiento con la OTAN y escalar –o desviar la atención de– la guerra en Ucrania, el corredor Suwalki sería el primer objetivo.
¿Por qué? Porque Putin siempre ha dejado claro que su propósito es volver a la 'gloria' no ya de la Unión Soviética, sino del Imperio ruso, para lo cual debe 'recuperar' las repúblicas bálticas: Lituania, Letonia y Estonia, que quedan precisamente al norte de ese corredor. Y, para hacerlo, la forma más directa es aislarlas de sus aliados. Bastaría con que Moscú lanzara una ofensiva coordinada desde Kaliningrado –enclave ruso en medio de la UE– y Bielorrusia, país absolutamente afín a Moscú, para estrangular el acceso de la OTAN desde Polonia hacia los países bálticos, porque el entorno natural puede ser magnífico para el trekking y las rutas ciclistas en verano, pero es un terreno pantanoso y de muy difícil manejo para un ejército mecanizado. Por algo lo llaman 'el talón de Aquiles de la OTAN'.
Para entender la fragilidad de esta frontera, hay que recordar qué es y dónde está Kaliningrado (véase el mapa). Se trata de uno de los 47 estados que componen la Federación de Rusia y el único separado geográficamente del resto del país. Tiene medio millón de habitantes, una extensión similar a la provincia de Huesca, y 145 kilómetros de costa, un dato destacable porque es la sede de la imponente Flota Rusa del Báltico, ubicada ahí no solo para intimidar a Europa, sino porque sus aguas se congelan menos que las de los puertos que están más al norte, en la Rusia continental.
La Unión Soviética incorporó el territorio de Kaliningrado después de la Segunda Guerra Mundial, cuando todavía se llamaba Königsberg, como le habían puesto los teutones en el siglo XIII. Después formó parte de Prusia y del Imperio alemán y, tras la caída del régimen nazi, esa región pasó a ser parte de la Unión Soviética, al igual que Lituania. En los años noventa, después de la caída de la URSS y a medida que la Unión Europea fue incorporando a Polonia y las repúblicas bálticas, Kaliningrado se convirtió en un territorio clave: una 'pica en Flandes', una cuña territorial rusa en pleno territorio de la UE. En Kaliningrado, Rusia cuenta con una formidable presencia militar que incluye armas nucleares, misiles hipersónicos, la flota báltica y decenas de miles de soldados.
En el otro extremo del corredor se encuentra Bielorrusia, cuyo líder, Aleksandr Lukashenko, presidente del país desde 1994, es un alter ego de Putin, a quien apoya incondicionalmente, entre otros motivos, porque depende de la energía rusa. El bielorruso quizá no pondría su ejército al servicio de Putin para ocupar Lituania, pero desde luego dejaría que los militares rusos operasen en su territorio, como ya permitió en la invasión de Ucrania.
Al sur del corredor Suwalki queda Polonia, el país de la Unión Europea más expuesto a los delirios imperialistas de Putin. Al menos 19 drones y misiles rusos traspasaron el 9 de septiembre su espacio aéreo, el aviso más serio de un posible conflicto desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial, según los dirigentes polacos. Por si fuera poco, los rusos han llevado a cabo unos amenazantes ejercicios militares en Bielorrusia, su aliado, ante los cuales Polonia ha desplegado a 40.000 soldados a lo largo de los 400 kilómetros de frontera común. El secretario de Estado de Defensa polaco, Cezary Tomczyk, ha recordado que unas maniobras conjuntas similares sirvieron de aperitivo para la invasión del Dombás en 2022.
En la ciudad de Suwalki, de unos 70.000 habitantes y que da nombre al corredor fronterizo, no se atisba tanta inquietud. El alcalde incluso intentó quitarle importancia al incidente de los drones rusos que hace unas semanas violaron el espacio aéreo polaco. «Todo está bajo control: la ciudad funciona con normalidad».
Al norte del corredor de Suwalki está Lituania, un país de 2,8 millones de habitantes con un ejército de menos de 20.000 soldados y una fuerza aérea limitada a solo cinco aviones –ninguno de combate–, lo que lo obliga a confiar por completo en el respaldo militar de la OTAN.
Los lituanos que viven en ese corredor confían en que la UE no los dejará tirados, sobre todo después de haber acatado sus directrices incluso cuando suponían riesgos para ellos. Un ejemplo fue lo ocurrido hace dos años cuando el ferrocarril nacional de Lituania, en cumplimiento de las sanciones europeas a Moscú por la invasión de Ucrania, bloqueó el tránsito de carbón, metales y materiales de construcción hacia Kaliningrado. Esa línea férrea forma parte de un acuerdo de 2004 –firmado cuando Lituania ingresó en la UE– que garantiza el paso de mercancías y personas entre Rusia y su enclave, asegurando el abastecimiento de Kaliningrado.
Desde la invasión de Ucrania, los lituanos incluso han aparcado sus viejas diferencias con los polacos y están cooperando militarmente de manera estrecha. No es un detalle menor: las disputas históricas entre polacos y lituanos en el corredor Suwalki sobre el idioma y los derechos de las minorías a ambos lados de la frontera podrían ser usadas por Putin a su favor, al igual que hizo en el Dombás, donde aprovechó el sentimiento prorruso de parte de la población para impulsar un movimiento separatista.
Las tensiones entre Polonia y Lituania se remontan al siglo XV, en tiempos del Gran Ducado de Lituania, un reino que fue variando sus fronteras desde el siglo XIII al XVIII, pero que llegó a extenderse desde el mar Báltico al mar Negro. Bielorrusia, Ucrania, el norte de Polonia, el sur de Rusia... todos fueron lituanos en algún momento de su historia, hasta que en 1795 los restos de aquel Gran Ducado fueron integrados en Rusia.
Resultado de siglos de cambios de fronteras y dominios, en el sur de Lituania hoy pervive una importante comunidad polaca, con su propia cultura y, sobre todo, su lengua. En esta región –como en tantas otras–, los idiomas no son solo identidad: también son política.
El lituano es una de las lenguas más antiguas de Europa, con una gramática que casi no ha evolucionado desde su origen y de la que sus hablantes se sienten especialmente orgullosos. Junto con el letón, forma parte del grupo de las lenguas bálticas, muy distintas de las eslavas y nórdicas.
El polaco, en cambio, es una lengua eslava, como el bielorruso, y aunque ninguna es exactamente igual al ruso pueden llegar a entenderse entre ellos. (El polaco, eso sí, se escribe en alfabeto latino –al que añade letras con acentos diacríticos–; y el ruso y el bielorruso, en cirílico).
Pero los polacos son conscientes de que no es momento de marcar los 'acentos' frente a los lituanos. El primer ministro polaco, Donald Tusk, que dirige un frágil Gobierno de coalición con varios partidos del centro y la izquierda desde 2023, se ha visto obligado a aumentar el gasto militar, ya cercano al 5 por ciento de su PIB. Prueba de la consciencia de los polacos de la fragilidad de sus fronteras es la serie La frontera del este, un thriller de espionaje cuya trama se desarrolla en el corredor de Suwalki en la actualidad, en plena escalada de tensión entre la OTAN y Rusia: una patrulla militar desaparecida, un dron derribado, un puesto avanzado sin contacto, los oficiales de inteligencia que reciben órdenes contradictorias de Varsovia, los espías lituanos, los topos bielorrusos... Nadie quiere admitirlo, pero el conflicto «en los rincones donde las fronteras parecen dibujadas con carbón y la niebla de la diplomacia todo lo empaña» ya ha estallado.