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El bloc del cartero

Sorderas

Lorenzo Silva

Viernes, 05 de Septiembre 2025, 10:02h

Tiempo de lectura: 8 min

Se puede perder el oído por una enfermedad, o por la edad, incluso se puede nacer sin él. Ante esta desventaja, muchos de los que la padecen aguzan la atención para compensarla y leen los labios o aprenden a descifrar de otras formas el silencio. Lo peor es cuando alguien oye perfectamente, pero decide interponer un muro frente a los sonidos y las voces que por la razón que sea no le interesan. La sordera elegida y practicada a conciencia tiene mal pronóstico, sobre todo para quien necesita que el sordo voluntario le escuche. Nuestras cartas de esta semana hablan de los niños, de quien hace sus prácticas profesionales o del que señala los riesgos en el monte a autoridades que ni siquiera acusan recibo. En China, advierte otro lector, ya hay fábricas donde solo hay robots. ¿Escucharán más ellos cuando lo lleven todo?


LAS CARTAS DE LOS LECTORES

Pinos muertos

La naturaleza es cruel: cuando vienen mal dadas, reduce las poblaciones. Así fue como murieron miles de pinos por la pasada sequía. Los veo desde la autopista rumbo a Barcelona: manchas pardas entre el manto verde de los que sobrevivieron. Es inquietante que me haya tocado convivir con varios de esos espectros, que murieron cerca de mi casa. Con el cielo al fondo, puedo ver por mi ventana las últimas piñas que dieron colgando de sus ramas muertas. Pedí al Ayuntamiento de mi pueblo, en Tarragona, que los quitara; pero allí siguen. Parece que esperen un fuego que los libere: que también quemará mi casa. Porque, gracias a los telediarios, hemos tenido que asumir que pueblos arrasados por el fuego y defendidos contra las llamas solo por sus vecinos no son estampas medievales, sino la España del siglo XXI. Los expertos se atreven a afirmar que es más caro apagar incendios que prevenirlos: una forma muy explícita de decirnos que se está malgastando nuestro dinero, y que de lo sucedido hay responsables.  

Francisco López. L’Hospitalet (Barcelona)


Llegó la jubilación

El otro día leí que una fábrica china, solo con robots, producía ya dos mil coches al día. A mí, que he trabajado en una fábrica manufacturera en la que cada persona era imprescindible, se me hace increíble esta proeza. Y me plantea reflexiones sobre cómo ha cambiado el mundo y lo que nos queda por ver. He visto cómo han cambiado las relaciones humanas dentro y fuera de la fábrica con las distintas generaciones. Por fortuna, he tenido una empresa que ha sobrevivido a las distintas crisis y espero que siga a lo largo de los años. Esperando que la próxima carta no la escriba un robot, se despide Javier.  

Francisco Javier Zubieta Virto. Barañáin (Navarra)


El valor de guiar con respeto

Las prácticas profesionales, aunque breves en el calendario, pueden dejar una huella profunda. No son un trámite: es una etapa decisiva para aprender, crecer y descubrir si la vocación elegida resiste el paso de la experiencia. Por eso, si eres tutor de alguien en prácticas (seas maestro, médico, ingeniero, periodista, abogado, cocinero o peluquero), no subestimes tu papel. Más allá de supervisar o evaluar, tienes la oportunidad, y la responsabilidad, de ser guía. Acompaña, valora, haz que el alumno se sienta libre para equivocarse y seguro para avanzar. Hay quienes comienzan con entusiasmo y terminan decepcionados; tu actitud puede marcar la diferencia entre una vocación fortalecida o una ilusión rota. En mis prácticas como docente, tuve la suerte de formarme con profesionales que me acompañaron con respeto, empatía y compromiso. Ese recuerdo sigue inspirándome. El modo en que guiamos a quienes comienzan no solo marca su futuro: refleja también profundamente quiénes somos.

Míriam de los Bueis Castañares. Bilbao (Vizcaya)


El horno mediterráneo

El Mediterráneo se ha convertido en un horno. Sus países ribereños arden por los cuatro costados, y el humo de los incendios cubre el cielo como un velo oscuro. El dolor ya no es una metáfora: se siente en la piel, en los pulmones y en la memoria de quienes recordamos veranos más benignos. Este año, como los anteriores, el calor extremo ha golpeado ciudades y pueblos con temperaturas que impiden el descanso. Las calles permanecen desiertas en las horas centrales, y muchos buscan refugio en centros comerciales o en hogares con aire acondicionado, un lujo que no todos pueden permitirse y que no todos los organismos toleran igual. El verano, antes sinónimo de paz y descanso, se ha vuelto una estación poco deseable para la salud humana. Broncearse es ahora un riesgo; hidratarse, una obligación constante; respirar, a veces, un acto difícil. El calor marca diferencias con el ayer, aunque todavía haya quienes lo niegan. Dolor, calor, ardor: palabras que definen no solo este verano, sino una tendencia sostenida en el tiempo. Las cifras globales lo confirman: la temperatura media del planeta sigue subiendo, y con ella aumentan los extremos climáticos. Negar esta evidencia puede servir a ciertos fanatismos, pero no al sentido común. Los que solo deseamos veranos razonables sentimos dolor y sufrimiento ante unos hechos difíciles de rebatir. La polarización alcanza incluso a este asunto: nuestra casa común, la Tierra, arde mientras discutimos si el incendio existe.

Pedro Marín Usón. Zaragoza


Cita previa

Soy un funcionario que trabajaba en Bélgica y, una vez finalizada mi etapa allí, me empadroné en Logroño. Uno de los muchos trámites que tenía que hacer era la matriculación de mi coche en Tráfico. Para mi gran sorpresa, no había citas para realizar este trámite en Logroño. De este modo, decidí personarme en dicha Jefatura y esperar a que se quedase algún hueco libre, por alguna persona que no pudiera asistir. Cuando llegué a la Jefatura de Tráfico de Logroño, un responsable de seguridad, con ínfulas de portero de discoteca, me dijo que si no tenía cita no podía entrar. No obstante, me asomé para comprobar que había una serie de funcionarios y que ninguno estaba atendiendo a nadie, ya que dicha oficina se encontraba vacía. Intenté razonar con ese potencial portero de discoteca, que no se movía ni un ápice de la frase que tenía aprendida de memoria: «Si no tiene cita, no puede entrar». De este modo busqué otras Jefaturas de Tráfico: Pamplona, nada; Vitoria, nada; hasta que por fin vi que podía ir a Soria. Así que conduje hora y media y me planté en la Jefatura de Tráfico de Soria, donde di con unos funcionarios muy amables que me facilitaron todos los trámites. Además, tuve la oportunidad de disfrutar de la gastronomía y la belleza de esta ciudad. El covid conllevó que muchas gestiones se realizasen por Internet. Sin embargo, años después, Tráfico debería volver a una atención más personal y cercana.

Mario Ciércoles Ochoa. Logroño (La Rioja)


¿El primer milagro del papa Francisco?

¡Quién me lo iba a decir a mí! A mí, cristiano por partida de nacimiento, católico por partida de bautismo, educado en colegios de curas, que casi cincuenta años después de la primera de mis crisis de fe, empujada por el torbellino de la juventud y la corriente de la cultura pop, iba a descubrir que ser cristiano, que ser creyente, serian actitudes, posturas ante la vida, subversivas, escandalosas.  He leído casi todos los libros de Javier Cercas, al que admiro como escritor y respeto como persona. Creo que es un escritor honesto y valiente que escribe lo que piensa, sin sectarismo. Pero he detectado en sus novelas un punto, una raya que no se atreve a cruzar. Leo entre líneas una visión que no acaba de plasmar en el papel, un pensamiento o sentimiento que se autocensura.  Posiblemente el vértigo de ver contradicha su propia percepción de hombre progresista, de izquierdas, laico, e incluso anticlerical. En su último libro, El loco de Dios en el fin del mundo, un batiburrillo, como él mismo lo califica, entre biografía, autobiografía y libro de viajes, tengo la impresión de que ha superado esa autolimitación, y ha escrito un magnífico batiburrillo: sincero, libre, fresco y desprejuiciado. La crítica de ciertas personas, algunas que ni siquiera han leído el libro, avalan mi opinión. No creo que Cercas, a su regreso de Mongolia, haya entrado en los ejércitos del papa Francisco, pero sí ha entrado en el glorioso ejército de los intelectuales libres, veraces y honestos.

Rafael Pedro Torres Jiménez. Correo electrónico


El sentido de la vida propia

Antonio Gala explicaba que las personas somos como teselas que componemos el mosaico del universo. Pequeñas y frágiles, pero con nuestro sitio y sentido. Hace unos días, en el marco de los cursos de verano de la universidad del País Vasco, la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios Gipuzkoa organizó un curso de formación sobre salud mental y exclusión social. A lo largo de las dos jornadas del curso identifiqué, escondida entre las exposiciones e intervenciones de las personas expertas, una idea que me parece importante señalar: La importancia de conservar el sentido de la vida propia. En opinión del que escribe, cuando una persona pierde el sentido de su vida, esta puede derivar en ansiedades, depresiones, adicciones y, en última instancia, exclusión social. Cada vez que esto ocurre, una tesela del mosaico del universo se rompe. Extrapolando la idea a una escala menor podemos decir que, cada vez que una tesela se rompe, el mosaico de nuestro entorno o de nuestra sociedad se deteriora. Creo que es importante que, en los ámbitos hospitalario y social, unamos esfuerzos y trabajemos en la prevención e intervención, con los objetivos de reducir la frecuencia con la que ocurren estas situaciones y reducir también el tiempo que las personas sufren el sinsentido que les sumerge en las tinieblas. La ética de una comunidad se evalúa por los valores que se perciben como correctos. En este sentido, desde una perspectiva comunitaria, no podemos permitir que las teselas de nuestro mosaico se rompan o no atender a las que ya se han roto porque, de lo contrario, estaremos aceptando que la indiferencia, la insolidaridad y el egoísmo describen nuestra ética.

Alejandro Sáenz Muriel. Aia (Gipuzkoa)


 

LA CARTA DE LA SEMANA

Escúchame

texto alternativo

+ ¿Por qué la he elegido?

Porque ninguna causa es tan desesperada como para que no merezca la pena intentarlo.

Escúchame' es una de las palabras que más utilizaba mi hija, ya desde muy pequeñita. Por supuesto, esta palabra iba seguida, en su momento, de una amplia exposición de sus experiencias diarias y de preguntas dispares en un idioma internacional que no entiende de metáforas ni hipocresías, que es el lenguaje de los niños. 'Escúchame'... Preciosa palabra cuyo significado no aprendemos a apreciar la mayoría de las personas llamadas 'adultas'. Nos dedicamos a hablar y hablar sin pararnos a pensar que la opinión del otro también cuenta, y que esta vida es un cúmulo de vidas a nuestro alrededor en el que todos somos importantes cuando respetamos al contrario. A veces, es mejor escuchar que aconsejar. Cuántos problemas se solucionarían personal y conjuntamente si escuchásemos más. Mi hija quiere que la escuche, y que no dude, que pase lo que pase, siempre estaré ahí para hacerlo.

  Javier Gómez Calvo. Zaragoza

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