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El general MacArthur: el «imbécil hijo de puta» que se enfrentó a su presidente

80 años de la rendición de Japón

El general MacArthur: el «imbécil hijo de puta» que se enfrentó a su presidente

Mucha personalidad. El general Douglas MacArthur con su característica pipa de mazorca de maíz, igual que las que usaban los esclavos del sur de Estados Unidos.

Con esas duras palabras calificó el presidente Truman al general MacArthur, a quien detestaba. Pero los norteamericanos lo adoraban. Incluso los japoneses, a quienes sometió  hace ochenta años, cuando firmó la paz que puso fin a la Segunda Guerra Mundial, lo admiraban. Repasamos la vida del gran 'César americano'. 

Viernes, 19 de Septiembre 2025, 10:04h

Tiempo de lectura: 7 min

En suelo americano –la cubierta del acorazado USS Missouri–, pero en el corazón del imperio japonés vencido, la bahía de Tokio, se escenificó hace 80 años la rendición de Japón tras el estallido de las dos bombas atómicas. El acto fue minuciosamente coreografiado por el general Douglas MacArthur.

Frente a una mesa solemne, casi un altar, donde se firmarían los documentos, MacArthur y los representantes de las potencias aliadas formaron en cubierta. Con gesto serio y caballeroso, el general recibió a la delegación japonesa: el ministro de Exteriores Mamoru Shigemitsu, impecable con chaqué y chistera, y el general Yoshijiro Umezu. 

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Puesta en escena. MacArthur organizó en el acorazado Missouri la rendición japonesa.

La ceremonia se celebró bajo la misma bandera estadounidense que, en 1854, ondeó en ese mismo lugar cuando la Armada norteamericana obligó al Japón feudal y aislacionista a abrir sus puertos al comercio. Fue entonces cuando el secretario de Estado Daniel Webster, con cínica franqueza, justificó aquel interés estratégico recordando que los barcos de vapor necesitaban bases de abastecimiento: «Dios ha dispuesto carbón para nuestros barcos en el subsuelo de las islas del Japón para beneficio de la humanidad».

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Salvar al emperador. MacArthur, comandante de la ocupación japonesa, exculpó a Hirohito.

MacArthur era uno de los pocos militares americanos que entendía la mentalidad oriental. Nacido en una familia de ilustre estirpe militar, se enorgullecía de haber aprendido «a cabalgar y a disparar antes de saber leer o escribir; casi antes de aprender a andar». Su padre había sido gobernador de Filipinas y él mismo fue jefe militar de las guarniciones del archipiélago en 1922.

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Vida familiar. Con su primera mujer, Louise Cromwell Brooks, una rica socialite que lo acompañó a Filipinas.  

La crisis económica de 1929 sorprendió a MacArthur de regreso en los Estados Unidos, donde asistió con preocupación al auge mundial del comunismo entre las élites intelectuales. En 1941 regresó a las Filipinas como comandante supremo de las fuerzas americanas en Oriente. Después de Pearl Harbour y de las resonantes victorias japonesas en el Pacífico se vio obligado a replegarse abandonando las Filipinas. Lo hizo ordenadamente, llevando consigo los muebles de su residencia e incluso a la mucama nativa que atendía a la familia. Antes de abandonar Manila se volvió hacia la verde tierra que dejaba atrás, recorrió con la mirada las instalaciones del Club del Ejército y la Armada, donde había pasado tan agradables horas consagrado al bridge y al bourbon, y murmuró su célebre promesa: «Volveré».

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Choque. Con el presidente Truman (a la izda., en 1950) MacArthur no se entendió. 

Tenía MacArthur un innato sentido de la elegancia que subrayaba con el detalle discordante de fumar su característica pipa corn cob tallada en una mazorca de maíz, la misma pipa barata que usaban los esclavos de las plantaciones del sur. Un pormenor que expresa su rica personalidad inclinada a la autopromoción.

«Se ocupó del pueblo japonés no como un conquistador, sino como un reformador. Seguiremos amándolo», dijo del general la prensa nipona

MacArthur cumplió su promesa y regresó. En cuanto la expansión japonesa perdió fuelle y Estados Unidos movilizó su enorme potencial demográfico e industrial, MacArthur –generalísimo de sus ejércitos en Oriente– fue ganando el terreno perdido hasta que a Japón solo le quedaron sus propias islas. Cuando se disponía a asaltarlas, el general Charles A. Willoughby –su jefe de Inteligencia– calculó cuántos muertos les podía costar acabar la guerra. La cuestión era: ¿sacrificamos unos cien mil soldados americanos contra la voluntad de resistencia japonesa o lanzamos las bombas atómicas, que forzarán la rendición? Después de la sangrienta experiencia de Okinawa, el cálculo se modificó: vencer a Japón costaría todavía más de medio millón de bajas. Al final decidieron que la opción atómica era preferible. Se trataba también de disuadir a Stalin de plantear una guerra futura con los países capitalistas de Occidente.

El perdón del emperador Hirohito 

Después de la rendición figurada en la cubierta del Arizona, MacArthur se hizo cargo de Japón con el propósito de democratizarlo e incorporarlo a las naciones capitalistas como bastión oriental frente al expansionismo soviético.

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Madera de líder. El general Douglas MacArthur durante la Primera Guerra Mundial sentado en un trono de un château francés, desde el que no le llegan los pies al suelo.

El emperador Hirohito había sido un militarista agresivo y sin duda uno de los mayores responsables de las guerras de agresión japonesas. MacArthur decidió exculparlo para que siguiera siendo el símbolo vivo del Japón y garante de su unidad. Eso lo libró del juicio que probablemente lo hubiera declarado criminal de guerra y sentenciado a la horca. En su lugar se promocionó con fotos posadas en las que el dios encarnado, hijo del sol y de la luna, aparece calmo e inexpresivo, como irradiando majestad.  

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Bombas. En la guerra de Corea, MacArthur planteó lanzar bombas atómicas. Truman se negó.   

MacArthur aplicó diligente-mente los acuerdos que los aliados tomaron en la reunión de Potsdam. «No pretendemos que los japoneses queden esclavizados como raza o destruidos como nación [...]. El gobierno japonés deberá eliminar los obstáculos para la reactivación y fortalecimiento de las tendencias democráticas entre el pueblo japonés. Se deberán establecer la libertad de expresión, de culto y de conciencia, además del respeto a los derechos humanos fundamentales […]. Las fuerzas ocupantes aliadas se retirarán en cuanto se hayan completado estos objetivos y se haya establecido, de acuerdo con la voluntad del pueblo japonés, expresada libremente, un gobierno responsable e inclinado hacia la paz».

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Como un héroe. Millones de personas lo recibieron como un héroe cuando regresó a Estados Unidos en 1951. 

En los siete años que duró su mandato virreinal sobre Japón, el ego de MacArthur creció desmesuradamente, hasta el punto de ignorar las directrices del Departamento de Estado y enfrentarse abiertamente con el presidente Truman, al que manifestaba franca enemistad.

«Se ha dicho que soy un belicista. Nada podría estar más lejos de la verdad. Pero, una vez que la guerra se nos impone, su objeto es la victoria, no la indecisión»

En el verano de 1950 estalló la guerra de Corea, una antigua colonia japonesa en la que cada bloque –el comunista representado por la URSS y la nueva potencia China, y el capitalista representado por los Estados Unidos– pretendía imponer su gobierno títere. MacArthur abogaba por una solución militar, incluso con el lanzamiento de bombas atómicas, pero el presidente Truman se opuso a esa solución radical, entre otras razones porque la URSS también disponía de armamento atómico.

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'For president'. Hubo una campaña para proponerlo como candidato presidencial, pero no prosperó. 

La enemistad entre Truman y MacArthur creció debido a las críticas del general a la política del presidente, lo que provocó su destitución como jefe militar en 1951, «un shock para el orgullo nacional», según el Comité de Servicios Armados del Senado. El principal periódico japonés, Mainichi Shimbun, escribió: «Él se ocupó del pueblo japonés no como un conquistador, sino como un gran reformador. Fue un noble misionero político. Lo que nos dio no fue solo ayuda material y la reforma democrática, sino una nueva forma de vida, la libertad y la dignidad de la persona. Seguiremos amándolo y confiando en él como uno de los estadounidenses que mejor entiende el alma de Japón».

A su regreso a los Estados Unidos, MacArthur fue recibido como un héroe nacional. Desfiló triunfalmente por las avenidas de Nueva York, aclamado por millones de personas entre una lluvia de confeti, como allí se usa.

En una intervención ante el Congreso de los Estados Unidos declaró: «Se ha dicho que yo era un belicista. Nada podría estar más lejos de la verdad. Sé de la guerra como pocos otros hombres y para mí no hay nada más reprobable. He defendido su abolición completa, ya que es muy destructiva tanto en amigos y enemigos, se ha demostrado inútil como medio de solución de las controversias internacionales... Pero, una vez que la guerra se nos impone, no hay otra alternativa que aplicar todos los medios disponibles para acabarla lo antes posible. Objeto de la guerra es la victoria, no la indecisión prolongada. En la guerra no hay sustituto para la victoria». Y terminó: «Como los viejos soldados de la canción, concluyo en este punto mi carrera militar, y simplemente me desvanezco, un viejo soldado que tan solo intentó cumplir con su deber como Dios le dio a entender. Adiós». Años después el ya expresidente Truman declararía: «Despedí a MacArthur porque no respetaba mi autoridad presidencial, no porque fuera un imbécil hijo de puta, que lo era, pero eso no es ilegal. Si lo fuera, tres cuartas partes de los generales estarían en la cárcel».

Aunque alejado de la política, MacArthur desaconsejó al joven presidente Kennedy la implicación de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam. Falleció a los 84 años por insuficiencia renal y hepática después de consagrar sus últimos años a escribir sus memorias.

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