Viernes, 19 de Septiembre 2025, 10:09h
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Cuando leí la historia de Carlo Acutis, el adolescente prodigio muerto en 2006 que daba a conocer la vida y milagros de la Iglesia católica a través de ingeniosas aplicaciones, confieso que creí que era una invención creada por la IA. Al menos las imágenes de su cadáver metido en una extraño ataúd transparente lo parecían.
El Papa ha proclamado su santidad. Un movimiento audaz, un golpe de efecto que busca desesperadamente conectar con la juventud
Una vez más, con el cinismo más refinado de quien ha visto demasiadas películas para creer en la santidad de los hombres, y menos aún de los niños, el Vaticano ha decidido que es hora de renovar su plantilla de héroes. Porque si algo necesita la Iglesia, esa venerable institución que ha sobrevivido a los Borgia, a las zapatillas de Prada, al Banco Ambrosiano, a los beatos que resultan ser pedófilos y a mil cosas más que nunca sabremos, es un lavado de cara. Y qué mejor manera de hacerlo que con la santificación de un adolescente.
No, no se trata de un mártir devorado por leones en el Coliseo ni de un místico que levitaba mientras cocinaba lentejas. Este niño es un producto de su tiempo. Un pío millennial que, según cuentan, dominaba las redes sociales con una devoción digna de un becario de agencia de publicidad. Su arma no era la fe ciega, sino el código de programación. Sus milagros no eran curar a leprosos, sino crear páginas web sobre milagros. Una suerte de gurú digital del más allá.
Y así, con la solemnidad de un anuncio de Apple, el Papa ha proclamado su santidad. Un movimiento audaz, un golpe de efecto que busca desesperadamente conectar con esa juventud que prefiere los vídeos de TikTok a los salmos. La estrategia es clara: si no puedes con ellos, únete a ellos. Pero, en lugar de seguir a un tiktoker de 14 años, los curas quieren que los sigan a ellos.
Porque, admitámoslo, a los jóvenes les da igual si un santo murió de peste o de una flecha en el ojo. Lo que les importa es que tenga un buen storytelling. Y la vida de este chico, con su historia de fe y sus habilidades informáticas, es el pitch perfecto para el siglo XXI. Es el santo que todos los padres quisieran para sus hijos: piadoso, pero también un genio de la computación. Un milagro, sí, pero un milagro con hashtag. Al parecer, después de su muerte por enfermedad, ha curado a varias personas con serios problemas de salud que le rezaban.
Y, mientras el Vaticano celebra su nuevo fichaje, la pregunta queda en el aire: ¿qué será lo próximo? ¿Un santo youtuber? ¿Una virgen que graba vlogs sobre su ascensión? ¿Ángeles de verdad apareciéndose a las modelos de Victoria’s Secret? La fe, al parecer, se ha vuelto un negocio de nicho, y la Iglesia ha aprendido, por fin, a vender su producto al consumidor más exigente del mercado. La salvación, ahora por fin, tiene sus reels y su soundtrack y sus followers. ¡Virgencita, que me quede como estoy!
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