Los mercados de Georgia

Regreso del pasado o del futuro, no sé bien, de un lugar en los que los mercados agrupan a vendedores de productos que han criado ellos mismos o sus vecinos. Cestas de melocotones que no parecen clónicos ni plásticos, manojos enormes de aromáticas recién cortadas, atados con lanas…; albahaca morada, perifollo, eneldo… casi una selva en pequeñito que exhala aromas a hierbas a varios metros, y tarros de cristal talla XL con tomates, hojas de parra, ajos y otras mil verduras encurtidas, especias del mundo entero y semillas de variedades locales.

Los mercados de Georgia se parecen a los nuestros de hace cuarenta años, cuando no se hablaba de productos orgánicos ni de sostenibilidad, pero se era mucho más orgánico y sostenible que ahora. Quizás no estaban tan limpios ni tenían un virtuoso concejal a cargo, pero exhalaban frescura y vida a ambos lados de los puestos, tanto en el de los que venden como en el de los que compran. Hablo de mercados donde se va a comprar productos frescos, no centros de ocio.

En Telavi, una ciudad al este del país, en la región de Kajetia, cuna de algunos de los mejores vinos de aquel país, las paisanas ofrecen lo cercano no por compromiso con el planeta, sino porque es a lo que tienen acceso, pero los amantes de la comida nos volvemos locos al ver y oler tanta verdad. Las cajas están reutilizadas cien veces y a nadie le importa el packaging.

Hay pocos turistas y las fruteras tienen aún esa mirada franca de antaño, cuando las personas ni ponían cara de foto ni se molestaban por que las fotografiasen. Hay muchos siglos de resistencia en los surcos de esas caras que regalan sonrisas francas y dentaduras imperfectas que esconden almas gigantes.

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