
Científicos de renombre la creen inocente
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Científicos de renombre la creen inocente
Viernes, 05 de Septiembre 2025, 09:45h
Tiempo de lectura: 12 min
El doctor Shoo recibió en otoño de 2023 el correo electrónico de un abogado británico. El letrado le preguntaba si, como experto, podía revisar un caso penal. Lee, de 69 años, vive en Canadá y es un eminente pediatra especializado en bebés prematuros ya jubilado. El abogado le contó que una de sus investigaciones médicas sobre neonatos había sido clave para condenar en Gran Bretaña a una joven por matar a siete bebés e intentar asesinar a otros siete.
«Me entró curiosidad», dice Lee hoy. «Así que acepté investigar el caso». Lee no sospechaba que ese correo lo iba a involucrar en la historia criminal más sorprendente de Gran Bretaña y que tiene dividido al país. En el centro de la polémica está Lucy Letby, de 35 años, condenada a prisión de por vida. La «peor asesina en serie de niños» en la historia del Reino Unido, dijeron de ella los medios. Pero las dudas sobre su culpabilidad aumentan. Científicos de todo el mundo han intervenido, al igual que políticos, médicos y hasta un exjuez del Tribunal Constitucional. Algunos piden su liberación; otros, un nuevo juicio. ¿Pero Lucy es realmente una asesina despiadada o una víctima de la Justicia?
En el verano de 2015 comenzaron a morir bebés en el hospital de Chester. Primero, uno; luego, dos; y después, más y más. En un año, al menos 13 niños murieron en ese centro de forma inesperada. Ningún diagnóstico los vincula, ninguna enfermedad. Los bebés solo tienen dos cosas en común: todos eran prematuros; todos estaban en una sala especial y a todos los atendió la enfermera Letby.
Los implicados en esa investigación guardan silencio. Sin embargo, años después alguien está dispuesto a hablar. El caso no está legalmente cerrado, por lo que cualquier declaración es delicada. Pero un hombre quiere contar su historia. Pocas personas desempeñaron un papel tan importante en el caso como él, Stephen Brearey. «Fueron años difíciles», dice. Tiene 57 años y trabaja como pediatra en el hospital de Chester. Hasta 2020 fue el consultor principal de la unidad de bebés prematuros.
En 2015, dicho centro hospitalario inauguró la llamada 'sala de nivel 2': donde se atiende a niños extremadamente vulnerables nacidos tras la semana 27. Allí reciben vigilancia estrecha, alimentación artificial o ventilación mecánica. No todos sobreviven. Entre dos y tres al año fallecen; cifras similares a las de los otros hospitales de Inglaterra. «Éramos un buen hospital –afirma Brearey–. Y lo seguimos siendo».
Este doctor recuerda cómo conoció a Lucy. Era tímida y amable. Tan amable que no podía imaginar que precisamente ella –la «buena de Lucy»– hiciera daño a los niños. La enfermera se había incorporado a la unidad en 2011, a los 21 años, y se encargaba de los casos difíciles. Entre ellos, el de un niño denominado 'bebé A'. El pequeño A nació el 7 de junio de 2015 un minuto después que su hermana gemela. Los bebés pesaron poco más de un kilo. La niña recibió ventilación mecánica; el niño estaba estable. Sin embargo, durante la primera noche, la respiración del niño se detuvo y aparecieron manchas azules y rosadas en su pecho. Los médicos no pudieron salvarlo. «Fue terrible», escribió Letby a un colega. Otra enfermera recordó después en el tribunal la «atmósfera de dolor» que se apoderó de la sala de nivel 2. La muerte fue tan repentina que ella pensó: «¿Qué demonios ha pasado aquí?».
A la noche siguiente, otro niño se desmayó. Veinticuatro horas después de la muerte del bebé A, su hermana tuvo que ser reanimada. Se recuperó, pero el incidente también resultó inexplicable. Al igual que las muertes siguientes. Solo en junio de 2015 murieron en esa sala tantos bebés como los que fallecen en un año. «Buscábamos una razón», dice Brearey, por entonces pediatra jefe de la sala. ¿Bacterias? ¿Un fallo en el equipo? «No había explicación», responde. A principios de julio de 2015, la dirección de la sala de nivel 2 se reunió para ver si algo conectaba todos los fallecimientos. Lucy había estado de guardia durante las tres muertes.
«Mi primera reacción fue defensiva –afirma Brearey–. No podía creerlo». Pero entre agosto y diciembre de 2015 cinco bebés más murieron. Letby solía ser la última persona a la que veían antes de que sus signos vitales se desplomaran. Bañó a los bebés muertos, los fotografió y los puso en brazos de sus madres, rotas. Y continuó trabajando «como si nada», dice Brearey. Para las otras enfermeras, todo era una coincidencia. «No puedo creer que te haya tocado otra vez», le escribió una colega a Letby después de que un bebé muriera en la planta. Otra enfermera, sin embargo, la llamó «imán de mierda» en un mensaje porque atraía la mala suerte.
Los médicos estaban preocupados. Las muertes no cesaban: los bebés sufrían colapsos y no respondían a la reanimación. «Nada cuadraba», dice Brearey. Hasta que solo hubo una explicación posible: alguien estaba haciendo daño a los niños.
A principios de 2016, en una reunión con la dirección de la planta, Brearey señaló que un número inusualmente alto de bebés sufría colapsos entre la medianoche y las cuatro de la madrugada, justo cuando Letby estaba de turno. No hubo consecuencias. Las enfermeras apoyaron a su colega; no había pruebas de culpabilidad. Nadie la vio jamás dañar a un niño. Las autopsias no eran concluyentes. Sin embargo, Brearey y otro médico presionaron para que Letby fuera expulsada de la planta. Esto lo ha confirmado una investigación que se está llevando a cabo en Gran Bretaña: el Expediente Thirlwall, que tiene por objeto determinar por qué se le permitió a Letby permanecer en la sala de neonatología durante tanto tiempo a pesar de las sospechas. En la primavera de 2016, Brearey escribió a las autoridades del hospital para solicitar una reunión que tardó semanas en producirse. Tras ella, el director de la sala señaló que no había «evidencia de delito». La dirección tampoco vio motivo para expulsar a Letby. «Me sentí solo –declara Brearey–. Nadie hizo nada». En cambio, él y su colega fueron retratados como unos difamadores y se les exigió que se disculparan con Lucy. Brearey consideró dimitir, pero rechazó la idea. Abandonar le parecía dejar en la estacada a los bebés y a sus padres.
No fue hasta el verano de 2016, tras la muerte de otros dos niños y el colapso de otro más en menos de 48 horas bajo el cuidado de Letby, cuando la enfermera fue transferida a un puesto administrativo. Las muertes cesaron a partir de entonces, pero también es verdad que, al mismo tiempo, la sala se redujo a nivel 1: ya solo atendía a niños nacidos a partir de las 32 semanas y con menor fragilidad.
Letby luchó por regresar a la unidad neonatal; Brearey intentó impedirlo. Finalmente, la Policía intervino. En 2018, la enfermera fue arrestada. En su casa, los agentes hallaron actas que se había llevado ilegalmente del hospital, así como notas manuscritas donde se leía: «Soy malvada» y «la maté porque no era lo suficientemente buena como para cuidarla». Una de las notas también decía: «¿Por qué yo?» y «no hice nada malo».
¿Un precedente?
Podría ser un precedente que ayude a Lucy Letby. Kathleen Folbigg, una madre australiana condenada por la muerte de sus cuatro bebés (dos niños y dos niñas), fue liberada en 2023 tras pasar veinte años en prisión. Los pequeños fallecieron de forma repentina entre 1989 y 1999, con edades comprendidas entre los 19 días y los 19 meses, y los fiscales del caso la... Leer más
En el verano de 2023, un tribunal declaró a Letby culpable de siete asesinatos basándose en pruebas circunstanciales; el caso no está cerrado y podrían presentarse más cargos. Letby está acusada, entre otras cosas, de inyectar aire a los niños, sobrealimentarlos y administrarles insulina. Su condena es la más severa que contempla la ley británica: cadena perpetua sin posibilidad de excarcelación. Es la cuarta mujer en la historia del país que recibe esta pena. Lucy tiene hoy 35 años; y morirá en prisión.
El doctor canadiense Shoo Lee, experto mundial en prematuros, había leído información sobre el caso en el periódico. Recuerda que le pareció una historia «horrible», pero la tenía olvidada cuando en otoño de 2023 el abogado británico le pidió ayuda. Lee dudó. «No hago informes forenses», dijo. Pero el abogado dejó claro que solo él, Lee, podía ayudarlo.
A mediados de la década de los ochenta, tres bebés sufrieron un colapso en el hospital canadiense donde trabajaba Shoo Lee; dos fallecieron. Eran prematuros, sus pulmones no funcionaban y «en aquel entonces se los ventilaba con alta presión», recuerda Lee. Eso les provocaba el colapso de su sistema cardiovascular. Lee y un colega escribieron un estudio sobre estas embolias gaseosas. Su artículo determinó la suerte de Lucy.
Lo cierto es que hasta los que tienen clara la culpabilidad de la enfermera no son capaces de explicar cómo lo hizo. En dos casos hay evidencia de que se les administró insulina, pero en los demás todo es un misterio. Aun así, el perito de la Fiscalía concluyó que inyectó aire a seis pequeños. Para ello se basó en la investigación de Lee. Muchos de los síntomas (colapso circulatorio repentino, manchas en el cuerpo) coinciden con lo que el experto describió en su artículo de 1989.
Sin embargo, cuando Lee revisó los expedientes, quedó impactado. «La Fiscalía malinterpretó completamente mi investigación», declara hoy. Los casos que él documentó implicaban que el aire entrara en las arterias a través de ventilación asistida. Pero, si Letby hubiera inyectado aire en las venas de sus víctimas, eso jamás habría decolorado la piel de los bebés. Lee está seguro: los «asesinatos» no pudieron ocurrir como afirma la Fiscalía. Curiosamente, aunque la investigación de Lee fue determinante en su condena, la defensa de la enfermera jamás lo contactó. Sin embargo, eso no justifica que se repita el juicio, afirma hoy el tribunal. Algo que Lee no acepta. «Las pruebas relacionadas con la embolia gaseosa eran inexactas», asegura. Y nadie debería ser condenado basándose en pruebas falsas.
En otoño de 2024, Lee envió un correo electrónico a colegas de todo el mundo: neonatólogos de Estados Unidos, Canadá, Japón, Suecia... Les preguntó si estarían dispuestos a investigar las muertes de Chester. Trece científicos y médicos accedieron.
En febrero del año pasado, Lee se sentó en una sala de conferencias en Londres. Los periodistas llenaron el auditorio. Lee explicó que había reunido a un panel de expertos para examinar las muertes. El resultado, según Lee, es que los bebés murieron por causas naturales o por una atención médica deficiente. «En resumen, damas y caballeros, no pudimos encontrar ningún asesinato».
Ese día, la opinión pública en Gran Bretaña cambió. De la noche a la mañana, la enfermera se convirtió en la víctima de médicos torpes incapaces de distinguir una relación de causalidad. Tras la conferencia, cada vez más personas exigieron su liberación o un nuevo juicio. Un antiguo juez del Tribunal Constitucional afirmó en una entrevista que Letby era inocente. Más de 400 profesionales de la salud exigieron la revisión del caso. Hubo manifestaciones a favor de la enfermera, y un exministro de salud exigió que su veredicto se reexaminara. Incluso la mujer que investigó la muerte de los bebés en nombre de la Policía de Chester recomendó abrir una investigación.
Lee afirma que libra esta batalla porque no puede quedarse de brazos cruzados mientras una joven inocente pasa el resto de su vida en prisión. ¿Pero está realmente tan claro?
El doctor Michael Hall, también experto en prematuros, asesoró a la defensa de Lucy. De hecho, Hall siempre estuvo disponible para testificar en el tribunal y exponer otras posibles explicaciones. Sin embargo, nunca fue escuchado como testigo. Aunque la acusación presentó a varios expertos, la defensa no citó a ningún científico que los contradijera. Así lo decidieron sus abogados, con el consentimiento de su cliente. Hasta el día de hoy, no se sabe por qué. Hall tampoco lo sabe. «No me gusta admitir emociones fuertes –dice–. Pero estaba extremadamente perturbado».
Ahora lo que perturba a Hall es el panel de expertos. Aunque cree que las pruebas que señalaron a Lucy son débiles, considera que «algunas de las declaraciones del panel de expertos son erróneas». En un caso, por ejemplo, Lee y sus colegas concluyeron que un niño murió por un traumatismo durante el parto. «Pero no hay evidencia de ello en los partes médicos», cuenta Hall. En otro caso, otro experto afirma que un niño podría haber sufrido una malformación vascular. Sin embargo, no hay pruebas de ello: nunca se le realizó una autopsia.
Mientras expertos de todo el mundo debaten sobre el caso, la joven permanece en prisión. Por otro lado, hace unas semanas, tres antiguos directores del hospital de Chester fueron arrestados. La Policía indaga si delinquieron al mantener a Letby en la unidad a pesar de las advertencias. Al tiempo, la Fiscalía investiga la muerte de otros niños. Es posible, afirman, que Letby asesinara a más bebés. Letby mantiene su inocencia hasta el día de hoy.