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Juicio a Ghislaine Maxwell Masajes, besos... y violaciones a menores

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Salen a la luz nuevos testimonios y fotos en el juicio a la británica Ghislaine Maxwell, amante y mano derecha del difunto pederasta Jeffrey Epstein.

Miércoles, 22 de Diciembre 2021

Tiempo de lectura: 9 min

Es inocente, sostiene la defensa, pero a Ghislaine Maxwell, condenada o no, le costará librarse de pasar a la historia como la mujer que alimentó la red de tráfico, abuso y violación de menores de Jeffrey Epstein. Tras el suicidio del magnate en su celda,

Es inocente, sostiene la defensa, pero a Ghislaine Maxwell, condenada o no, le costará librarse de pasar a la historia como la mujer que alimentó la red de tráfico, abuso y violación de menores de Jeffrey Epstein. Tras el suicidio del magnate en su celda, en agosto de 2019, un mes después de su detención, Maxwell se ha visto sola ante un juicio que, visto ya para sentencia, ha deparado a diario horrores y sorpresas. En la vista, que arrancó el 29 de noviembre, la fiscalía le ha imputado seis cargos, tráfico de menores entre ellos, y ha tratado de probar que ella era parte capital de todo el tinglado.

Entre las sorpresas, destacan las fotografías que la acusación presentó como prueba de que Epstein y Maxwell mantenían una relación tan intensa como amplia. Es decir, que, fueron primero, pareja y, más tarde, cómplices. Y que «raramente se separaban», según los investigadores del FBI. Algo que desmontaba la versión de la defensa, que insistió en que solo fueron empleada y jefe. Las imágenes, 19 en total y halladas en la mansión que el pederasta tenía en Manhattan, fueron presentadas ante el tribunal a modo de álbum íntimo del célebre dúo. Y la intimidad en ellas, desde luego, no escasea.

Maxwell, con la camisa desabrochada, masajea los pies de Epstein en su avión privado, apodado el Lolita Express. Maxwell y Epstein besándose en repetidas ocasiones; la pareja en la nieve con la mano de Epstein sobre la tripa de Maxwell (una testigo asegura haber visto una foto de ella desnuda y embarazada, si bien, que se sepa, no es madre); los dos sobre una motocicleta; los dos nadando desnudos... son algunas de las escenas que reflejan esas imágenes.

Las víctimas dicen que Maxwell convencía, gestionaba y manipulaba a las chicas; supervisaba los encuentros; les imponía reglas y las amenazaba para que no se fueran de la lengua

La más notoria de todas, sin embargo, y por otro tipo de implicaciones, es una en la que aparecen de visita en los terrenos del castillo de Balmoral, propiedad privada de Isabel II de Inglaterra. Maxwell y Epstein habrían acudido allí invitados, para disgusto de la reina, por el príncipe Andrés, apartado de la vida oficial de palacio desde noviembre de 2019 por su relación con el difunto pedófilo. El duque de York, de hecho, fue demandado el pasado agosto por una de las víctimas, Virginia Giuffre, ante un tribunal federal de Estados Unidos por haber abusado de ella cuando tenía 17 años, algo que niega el hijo favorito –lo era hasta hace poco, al menos– de la soberana británica.

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El disgusto de la reina. La pareja, invitados del príncipe Andrés, en una cabaña en los terrenos del castillo de Balmoral. Los medios publicaron esta foto junto a otra de la reina Isabel II sentada exactamente en el mismo lugar.

La acusación contra Maxwell añadió peso a sus argumentos presentando imágenes de los escenarios donde se cometieron los supuestos crímenes en las múltiples propiedades de Epstein –mansiones en Nueva York y Palm Beach, apartamento en París, rancho en Nuevo México, dos islas privadas...–, respaldo gráfico al testimonio de las cuatro víctimas que han declarado ante la jueza Alison Nathan. E, incluso, al de otras fuentes, como la escritora Christina Oxenberg, amiga de Maxwell desde los noventa, cuyo testimonio ayudó al FBI a montar la acusación. En concreto, Oxenberg les habló a los agentes de una conversación que mantuvieron ambas en 1997. «Me dijo que Jeffrey tenía un apetito sexual que ella no podía satisfacer. Necesitaba tener tres orgasmos diarios. Pero que conocía sus gustos. Le buscaba chicas y se las llevaba a casa… Y también me confesó que tenían a todo el mundo grabado».

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La escena del crimen. Los abusos, coinciden los testimonios de las víctimas, casi siempre comenzaban en la mesa de masajes. Y con Maxwell muchas veces presente. Epstein solicitaba primero un masaje a la joven en cuestión para pasar poco después a algún tipo de práctica sexual.

De esas grabaciones, sin embargo, no ha habido rastro en el juicio. Tampoco de la célebre ‘libreta negra’ de Ghislaine Maxwell, que la jueza ha decidido mantener al margen de la vista oral. Se trata de una agenda de 97 páginas que contiene nada menos que los nombres y direcciones de casi 2000 líderes mundiales y celebridades –el príncipe Andrés, Bill Clinton, Donald Trump, Mick Jagger, Bernie Ecclestone, Henry Kissinger, Rupert Murdoch...– así como los de decenas de chicas en Florida, Islas Vírgenes, París, Nueva York y Nuevo México, escenarios de las supuestas fechorías de Epstein y Maxwell. La idea, justificó la presidenta del tribunal, es evitar «menciones innecesarias» en público. Cualquier referencia al documento, relevante para la causa contra Maxwell, se realizaría bajo sello. Es decir, que solo habrán podido conocerlas los miembros del jurado y los letrados.

La libreta es, en todo caso, una de las piezas más delicadas del caso. Maxwell hasta ahora, aferrada a su declaración de inocencia, no ha hablado sobre ella. Pero, tal vez, si es declarada culpable, acceda a colaborar con la Justicia y encender un ventilador cuyas implicaciones nadie sabe hasta dónde podrían alcanzar. La Fiscalía de París, sin ir más lejos, ya tiene abierta una investigación por violación y abuso de menores propiciada por los testimonios de varias mujeres que formaron parte de la red de Epstein recogidos por una organización local.

Según el FBI «raramente se separaban». Fueron primero pareja y, más tarde, cómplices, algo que desmonta la versión de la defensa, que insiste en que solo fueron jefe y empleada

La situación de Maxwell, como se ve, es apurada. Y los relatos de las víctimas ante el tribunal federal de Nueva York la han puesto al borde del precipicio. Las hoy mujeres recuerdan a Maxwell como reclutadora, evaluadora de las chicas, incitadora, mirona y participante. Coinciden todas ellas en señalarla como la persona que convencía, gestionaba y manipulaba a las menores: era ella la encargada de supervisar los encuentros; era ella quien imponía las reglas de la relación de las niñas con Epstein y sus compañeros de fechorías sexuales, y era ella quien las amenazaba para que no se fueran de la lengua. Acusaciones que llevaron a la fiscalía a concluir que Maxwell era la mano derecha de Epstein, cooperadora necesaria y responsable de la captación de chicas.

Alegaciones que la defensa intentó desmontar con tres argumentos. Por un lado, que todas ellas sufrieron infancias desestructuradas marcadas por la fragilidad emocional, con pérdidas familiares, abusos, drogas, prostitución o trastornos de salud mental. Esgrimió también que los años transcurridos (algunos casos se remontan a la década de los 80) desde los hechos en cuestión no facilitan la claridad de los recuerdos de las víctimas. Y, en tercer lugar, aseguró que el verdadero propósito de las víctimas es, en realidad, obtener algún pellizco del fondo de compensación de cinco millones de dólares constituido tras la detención y muerte de Epstein.

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Amor en Europa. En otra de las fotos del FBI, la pareja (ella más que él) se muestra cariñosa a plena luz en las calles de una ciudad europea.

A la espera de comprobar si la estrategia de los abogados de la heredera del imperio mediático de Robert Maxwell da sus frutos, los relatos de las víctimas han permitido reconstruir el modus operandi que la pareja utilizó durante un período de diez años. En el caso de Jane, la primera testigo en declarar (con nombre falso), todo empezó cuando tenía apenas 14... Y los abusos se extendieron a lo largo de otros dos años. Su padre acababa de morir y su madre la envió a un campamento de verano para jóvenes con inclinaciones artísticas en Palm Beach. Fue allí donde, rememora Jane, tras conocer a la pareja acabó siendo invitada a la mansión del magnate en esa localidad de Florida.

Maxwell se mostró de inicio como una hermana mayor. Ella y Epstein se la camelaron rápidamente con promesas de mecenazgo, además de entregarle dinero, antes de dar inicio a los abusos, para ayudar a su madre. Fue Maxwell, revela la testigo, quien empezó a sacar el tema del sexo, relatándole sus propias experiencias. Más tarde, los dos se la llevaron a comprar lencería. Y un día, mientras hablaban de su futura carrera artística, Epstein la tomó de la mano, la llevó a una caseta cerca de la piscina y allí se masturbó ante ella. «Me quedé helada, nunca había visto un pene –confesó desde el estrado–. Estaba aterrorizada. Me sentí sucia y avergonzada».

La defensa asegura que el verdadero propósito de las víctimas es obtener un pellizco del fondo de compensación de cinco millones de dólares constituido tras la detención y muerte de Epstein

Durante los dos años siguientes, prosiguió la víctima, Maxwell presenció y formó parte varias veces de los abusos. Ella misma la aleccionó sobre técnicas de masajes eróticos con los que complacer a Epstein. «Se comportaba siempre como si fuera todo muy normal, como si no fuera gran cosa», declaró sobre el comportamiento de Maxwell.

Natalya no tardó en llamar. «Conozco a un tipo increíblemente rico, filántropo, que ayuda a muchas chicas a cumplir sus sueños –le dijo–. Quiere conocerte». Epstein la llevó al cine junto a otras diez chicas, de esas, digamos, que llaman la atención en cualquier lugar. «Me sentí agradecida por haber caído de pie al conocer a estos nuevos amigos». Poco después Natalya volvió a llamar. Jeffrey la invitaba, junto a otras jóvenes, a su isla privada en el Caribe. Irían en su jet privado –hoy apodado el Lolita Express– y no necesitaba llevar equipaje porque allí tendría todo lo que necesitaba. «Pensé que me había tocado la lotería», añade.

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La depravación viaja en avión. Maxwell, con la camisa desabrochada, masajea los pies a Epstein en su avión privado. Apodado el Lolita Express, transportaba en él a sus víctimas camino de alguna de sus propiedades en Nuevo México, Florida, Islas Vírgenes, París o Nueva York. En el juicio contra Maxwell, el piloto de la aeronave declaró que ella era la «segunda al mando».

Sarah Ransome, otra de las testigos, violada repetidas veces por Epstein, añadió nuevos rasgos al retrato de la acusada. «Ghislaine era una mujer que oscilaba entre la locura de la jefa y la figura materna –declaró ante la jueza–. Podía ser amable, sonriente, encantadora; ‘Ghislaine la amable’, la llamaba yo. Ese era el lado que veían los famosos. Pero también podía estar enfadada, ser cruel».

Ransome, de 37 años, aseguró que el miedo nunca ha dejado de perseguirla. Se ha mudado 47 veces de domicilio. «Espero que Maxwell sea declarada culpable –concluyó–. Ella permitió a Jeffrey hacer lo que hizo. Es malvada, una narcisista que piensa que no ha hecho nada malo. Para ella, no éramos nada. Espero que se haga justicia».

La jueza ha decidido mantener al margen de la vista oral la ‘libreta negra’ de Ghislaine Maxwell; 97 páginas con los nombres y direcciones de casi 2000 personas entre líderes mundiales, celebridades y chicas

Eso mismo esperan Carolyn, testigo que declaró haber visitado la casa de Epstein en Palm Beach para darle masajes que terminaron en relaciones sexuales más de cien veces entre los 14 y 18 años; y Annie Farmer, de 42, que sufrió las perversiones del dúo criminal cuando tenía 16.

Ya no tendrán que esperar mucho más para conocer la sentencia, tras escuchar el tribunal los argumentos de la defensa y a sus nueve testigos y la negativa de la propia Maxwell a declarar. «Su señoría, la fiscalía no ha podido probar su acusación más allá de la duda razonable, así que no tiene sentido mi testimonio», se excusó la acusada. A lo que su abogada, Bobbi Sternheim, añadió: «Los cargos que se le imputan a Ghislaine Maxwell son por cosas que hizo Jeffrey Epstein, pero ella no es Epstein». El jurado, seis hombres y seis mujeres de entre 20 y 70 años, tiene ahora la palabra.

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